Por Juan Data (Capítulo del libro nunca publicado del décimo aniversario de La Banda Elastica, USA, 2002)
No es tarea sencilla la de definir a algo tan intangible y heterogéneo como el punk. ¿Qué es el punk? ¿Es ser un punk o es tocar música punk? ¿Punk es seguir una contracorriente fashion pergeñada por Malcom McLaren y liderada por bandas que de tanto proponerse ser anti-rockstars terminaron siendo las estrellas más influyentes de su década? ¿O punk es ser un aktivista anarkista vegetariano anti-globalización y anti-korporativismo que vive en una casa okupada y eskribe todo con K? ¿O punk es ser un desobediente, un malcriado, un rebelde sin causas que no quiere ser lo que sus padres quieren que sea? ¿O punk es ser un adolescente californiano de familia disfuncional que anda en skate y se queja de que las chicas no quieren? ¿Qué tienen en común Sid Vicius, Ian McKaye de Fugazi y Billie Joe de Green Day?
Todo parece indicar que en los 80’s ser punk era algo más definido. Uno se calzaba los borceguíes, le cocía unos parches con letras “A” a la ropa, decoraba la campera de cuero con alfileres de gancho y tachas y se cortaba el pelo con la infaltable cresta Mohawk y ya se podía decir que se era punk. Esa era la imagen cliché que los medios difundían y los jóvenes rebeldes de toda Latinoamérica (y el mundo) la asimilaban y la hacían propia. Eso no les quita mérito a los punks latinos de la primera camada. Si ser punk en ese entonces era sinónimo de valentía, en la conservadora Londres o la moderna New York, lo era mucho más en los represivos y autoritarios estados latinoamericanos que tímidamente se abrían a la democracia y veían con recelo y temor todas las expresiones culturales que llegaban desde el norte, incluso eso a lo que llamaban rock. El punk, adaptado a la realidad latina, adquiría todo un sentido diferente, relacionado íntimamente a la lucha política y social de aquel entonces.
Cuando hace diez años nacía La Banda Elástica, el panorama del punk latino ya era bien diferente de aquel de comienzos de los 80’s. Los punk-rockers que en aquel entonces se esforzaban por diferenciarse del establishment rockero, ahora se enfrentaban al dilema de tener que definir su propia identidad dentro de las miles de etiquetas derivadas del punk: hardcore, straight-edge, emo, sharp, skinhead, ska-core, old school, neo-punk, oi!… Ya no quedaban dictaduras militares a las que enfrentar con discursos subversivos, pero eso no necesariamente simplificaba el panorama para los punks latinoamericanos. Ahora ser punk se había vuelto algo mucho más complejo y elaborado.
El surgimiento de la corriente hardcore a comienzo de los 90’s propone el primer cambio estético en el mundo del punk. Además de imponer su sonido mucho más duro, acelerado y menos melodioso, los HC-boys cambiaron el uniforme punk tradicional por el look de tipos duros, pero limpios y sanos: pantalones militares, bermudas, camperas de aviador, gorras de baseball, cabezas rapadas. Se expandían singular aceptación los principios del straight-edge (ni drogas, ni alcohol, ni corporaciones multinacionales) en el underground de España y muchos países de Latinoamérica. Los tatuajes en letras góticas, los puños con la X, los fanzines alentando boicots a Mc Donalds y las corridas de toros… Se incorporaban también a la escena los skinheads neonazis, primero en la península ibérica, luego en Sudamérica. Se habían adueñado de la estética mod y el sonido oi! y reivindicaban a la extrema derecha chocando contra la mayoría anarko-punk y convirtiendo así los gigs en batallas campales. En la trinchera de enfrente se alistaban los sharps, skinheads anti-racistas que se identificaban con el ska-core: género mayoritario en Centroamérica.
El principal aporte de esta escena al mundo del punk fue la mejor organización. Los punk latinos de los ochentas, inmersos en el caos de las borracheras y peleas no habían logrado hacerse oír lo suficiente, salvo cuando firmaban con compañías disqueras y entraban a la escena pop-rock. Pero el verdadero punk es el que se mueve en el underground por propia elección y no por opción o antesala al mainstream. En los 90’s ya habían aprendido la lección y llevaron el DIY (hazlo tu mismo) al extremo. Fanzines, distros y sellos indies comenzaron a abrirse camino y a extender las redes de contactos a nivel internacional en base al principio anarquista del cooperativismo. De esa manera, muchos grupos que se gestaban en ese mundillo underground tenían la posibilidad de editar y distribuir sus discos con éxito en otros países y viajar por el mundo con su música sin siquiera que la prensa masiva o la industria de la música mainstream se diese por enterada.
Finalmente, el sueño de una escena punk hispana totalmente autogestionada parece materializarse y se planta firme como una contrapropuesta eficaz al mercado de la música masiva. Los músicos se jactaban de ser iguales a su público. Proliferaban los mensajes libertarios y de “mentes abiertas”. Todos son buenos, se quieren y se respetan, incluso dentro del moshpit. Hay lugar, incluso, para una nueva corriente que da cabida a los chicos sensibles y las chicas, que no necesariamente eran todas riot grrrls. Este nuevo hard-core melódico y emo impone la estética de dibujos naif en las portadas de los discos y hasta da la bienvenida a los gays.
Simultáneamente, desde la cocina de Mtv, se expande la gran contrarevolución punk de la década, que viene a ser justamente el extremo opuesto de los principios que dominaban el ser punk en el under. En 1994 la muerte de Kurt Cobain pone en primera plana el sonido post-punk que caracterizó a la generación x norteamericana y lo termina de instaurar en todo el mundo de habla hispana merced a la insistencia de Mtv y la consiguiente martirización de este nuevo Sid Vicius. Ese mismo año Green Day y su disco Dookie dejan entrar al mercado masivo el neo-pop-punk californiano que poco y nada tenía que ver con los principios combativos anarquistas de sus antepasados, pero sirve para capturar en sus redes a toda una nueva generación de frustrados teenagers latinoamericanos que se suman a esta suerte de “venganza punk de los nerds”.
Sin embargo, si vamos a referirnos al punk latino de los noventas, quienes marcaron la gran innovación, el gran cambio interno dentro de la escena, tanto a nivel estético como ideológico y sonoro, fueron los franceses Mano Negra y los vascos Negu Gorriak, que encabezaban esta nueva corriente (con sus aliados americanos Todos Tus Muertos, Tijuana No!) que entendía mejor que nadie la apropiación hispana de los principios del punk. Ya no se trataba sólo de tocar fuerte y desafinado, podían incorporarse libremente elementos del rap, dub y ritmos afro-latinos y la corriente ideológica se actualizaba, haciendo bandera de la lucha anti-globalización, reivindicando a las Madres de Plaza de Mayo y la guerrilla Zapatista e imponiendo como icono al Che Guevara. Este nuevo punk latino no choca ni se impone sobre el hardcore punk del underground, que sigue moviéndose por sus canales propios. A diferencia de aquellos, estos se difunden sin remordimientos por Mtv y firman con multinacionales y de esa manera atraen a todo un nuevo sector de público compuesto de neo-hippies, okupas y mochileros trotamundos.
Desde ya que siempre siguió habiendo punkeros estilo 80’s en la escena latinoamericana y claro que en los 90’s también surgieron otras corrientes importantes dentro del movimiento, aportando nuevas características dependiendo de cada país; pero sería imposible abarcarlo todo en este limitado espacio. Existen mil y una maneras de entender y explicar lo que es el punk y lo que significa ser punk en el universo latinoamericano. La utopía del mundo perfecto permanecerá vigente aunque cambie de forma y concepción, pero siempre va a haber chicos de dieciocho años dispuestos a creerla.
Saturday, April 02, 2005
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