Por Juan Data (Originalmente publicado en The Lab, USA, 2002)
Si se propusieran hacer una sátira de una entrega de premios para un programa cómico de televisión, muy difícilmente los resultados serían más absurdos e hilarantes. Los Grammys Latinos, desde su existencia misma, han sido siempre una vergüenza innecesaria. Pero el nivel de ridiculez de la ceremonia de este año, superó todo lo previsible. Y no estamos hablando del vestido de Thalía, ni la peluca de Celia Cruz. Los premios Estefan, perdón, Grammys son una radiografía de la cara más decadente de la industria de la música latina en los Estados Unidos.
Con un teatro Kodak a medio llenar, Jon Secada, el one-hit-wonder del clan Estefan, inauguró la patéticamente aburrida ceremonia previa a la televisación, con una seguidilla de trofeos entregados a artistas en su mayoría ausentes. Como Vico C, que se llevó el obvio Grammy de la categoría disco de rap (hip hop le queda demasiado grande) por el simple hecho de ser el único conocido en una terna donde -como de costumbre- los más respetados del género estaban ausentes: Sólo Los Solo, Doble V ¿Dónde están? Capítulo aparte para el papelón de Alejandra Guzmán. ¿A quién se le ocurre nominarla en la misma categoría que a los próceres del rock en español León Gieco y Luís Alberto Spinetta? La Biblia y el calefón. Parece que no llegaron a juntar suficientes discos de rockeras, entonces fusionaron la categoría con la masculina. Para colmo, esta cuarentona sinvergüenza, sale a defenderse diciendo que se merecía el premio porque ya lleva diez discos en su carrera y alguna vez le tenía que tocar. ¿Estás seguro de que esta es la entrega de los Grammys? ¿No me estás contando un capítulo de Los Simpsons?
La realidad supera la ficción y La Ley con sus clichés ochentosos superaron con un unplugged a la vanguardia e innovación de los favoritos de la crítica a nivel mundial: Babasónicos y Kinky. ¿Kinky? ¿Qué hacen en la categoría de mejor álbum de grupo de “rock”? Ah… es que no tenían categoría para música electrónica o dance o house o como le quieran decir y en alguna los tenían que meter.
Después, la avalancha de músicas regionales latinoamericanas. ¿Por qué los ritmos tradicionales mexicanos tienen cinco categorías diferentes y no hay ninguna categoría para mejor disco de chamamé o folklore andino? ¿Por qué hay tanta salsa y merengue y ni un premio al mejor disco de cumbia?
Gloria Estefan, obviamente, tenía que ser la anfitriona de la ceremonia televisada, donde en el común de los casos, los premios se los llevaron todos los mismos que se presentaron en vivo. El único respiro de la velada fue el instante brasileño comandado por el maestro Roberto Menescal -aunque haya apostado al lugar común de la “Garota de Ipanema”- porque como venía la mano sólo faltaba la actuación en vivo de Alexandre Pires y cartón lleno. Ahora bien, ¿si le acertaron con la música brasileña (¡bien por Lenine!) por qué no pueden ponderar a los hispanoparlantes bajo el mismo criterio?
La que faltaba: cómo a Shakira la quieren mantener en el mercado anglo, porque les es más redituable, papá Estefan le dio un premio consuelo al mejor video y todos contentos. Ahora que alguien me explique por qué Justin Timberlake presentó el premio al mejor disco de Salsa. ¿Y Jennifer Love Hewitt? ¿Vio luz y entró? ¿Y Nick Carter? ¿Qué es esto? ¿Se quieren burlar de los latinos o qué?
Vicente Fernández resumió, en la conferencia de prensa, el espíritu de esta farsa con su sabiduría de “ignorante ranchero” cuando aclaró: “Los Grammys son como la cárcel. No están todos los que son, ni son todos los que están”.
Wednesday, January 05, 2005
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